lunes, 12 de noviembre de 2007

Tabasco, corrupción y desidia

Por: Jorge Zepeda Patterson.

En junio de 2007 el gobernador de Jalisco, Emilio González Márquez, extrajo 67 millones de pesos del “fondo de imprevistos”, destinados a emergencias sociales, para subsidiar a Televisa en la realización de un evento de la empresa llamado Espacio 2007. La desviación de recursos seguramente se tradujo en un importante avance de la carrera del gobernador en materia de relaciones públicas, pero privó a los jaliscienses de un recurso significativo para enfrentar inundaciones y deslaves (que los hubo).

El comportamiento de González Márquez es, por desgracia, bastante común. Los gobernadores y presidentes municipales suelen usar estos fondos como una caja chica para solventar los “imponderables” de su agenda política. La tragedia de Tabasco es sin duda resultado de un fenómeno climatológico; la precipitación pluvial en un lapso de cuatro días ha sido la más alta de la que se tiene registro. Sin embargo, el impacto devastador que eso ha provocado se alimenta en gran medida de la irresponsabilidad acumulada de autoridades estatales y federales.

Tabasco es con mucho la entidad que más recursos ha recibido para obras de infraestructura de prevención. Luego de las severas inundaciones de 1999, se destinaron casi 2 mil millones de pesos para impedir que sucediera lo que hoy, ocho años después, se desató sobre la población. Habría que exigir una investigación para ver cuánto de ese dinero fue utilizado en campañas políticas (presidencial de Roberto Madrazo, estatal de Manuel Andrade, gobernador de 2001 a 2007). Un reporte de Pemex al poder legislativo afirma que entregó 684 millones para obras en los dos últimos años del gobierno de Madrazo, pero nunca recibió las auditorías correspondientes cuando se advirtieron aplicaciones irregulares.

En 2003 fue creado el PICI (Proyecto Integral de Control de Inundaciones) entre la Conagua y el gobierno estatal, con inversión de 2 mil 60 millones de pesos, para resolver definitivamente “las inundaciones sistemáticas, principalmente en la ciudad de Villahermosa”. Conagua aseguró entonces que para 2006, cuando el proyecto concluyera, se habrían evitado daños por 16 mil millones de pesos. Los daños que dejarán las inundaciones en 2007 seguramente superarán tales topes.

La desviación de recursos no es el único problema: la negligencia y la irresponsabilidad son notorias. Un reporte de Hacienda de los primeros nueve meses del año, establece que 50 obras hidráulicas en la capital de Tabasco y en varias cabeceras municipales no se habían iniciado, pese a que las autoridades locales tenían asignados los recursos.
Por su parte, los tabasqueños suelen responsabilizar al gobierno federal. Y argumentos no les faltan. Se quejan de que el sistema de presas sobre el río Grijalva y otros afluentes fue construido y es administrado con el propósito esencial de optimizar la generación de energía eléctrica, sin contemplar criterios de seguridad de la población. Según estas versiones, en las últimas semanas CFE había acumulado demasiada agua en las presas, de acuerdo a sus esquemas de generación de energía, y frente al diluvio simplemente abrieron compuertas para evitar daños en sus instalaciones.
Estas diferencias de opinión, cargadas de resentimientos, afloraron el viernes pasado en la reunión de Calderón y el gobernador actual, Andrés Granier. Mientras que el presidente aseguró que se trata de una tragedia provocada por “la enorme alteración climática”, el gobernador insistió en que la magnitud del desastre se debe a la falta de voluntad política para invertir en un plan integral y en el dudoso manejo de las agua en la presas. Al final de la reunión cada uno se retiró por su lado.

Más allá de que la desgracia que padecen los tabasqueños amerita una investigación sobre el uso que se dio a los recursos, la devastadora inundación podría ser un parteaguas histórico en la conciencia de los mexicanos en materia de prevención y en políticas sobre medio ambiente.
El problema de la “democracia” superficial por la que el país transita, es que la clase política carece de premios e incentivos para destinar esfuerzos a obras de largo plazo. Las autoridades federales, estatales y municipales se limitan a proyectos capaces de cuajar y producir beneficios políticos en el lapso de dos a cuatro años. Para un presidente municipal es más redituable para efectos electorales construir un espectacular paso a desnivel en Monterrey o Guadalajara, que dejar el subsuelo horadado para la construcción de un sistema de Metro subterráneo cuya conclusión tomaría una década. Lo cual explica el lamentable sistema de transporte público que padecen ambas metrópolis, para citar un ejemplo.

Las obras de prevención y las inversiones en temas ecológicos poseen una tasa cero de retorno político. Nadie percibe el mérito de una tragedia que logró evitarse. Convertimos en héroes a los que anotan goles o a los porteros que los detienen de manera espectacular. Sólo los conocedores saben que los verdaderos héroes son los jugadores que dominan el medio campo y evitan que se generen situaciones de peligro para su meta.
La opinión pública tendría que comenzar a interesarse en proyectos y funcionarios que de manera callada trabajan en los largos plazos. El huracán Wilma de 2005 en Cancún, las inundaciones en Chiapas de los últimos años, la tragedia de hoy en Tabasco y las inminentes sequías crónicas del norte del país, nos confirman que, en efecto, el cambio climático llegó para quedarse. La mayor parte de la población mexicana vive en condiciones geográficas terriblemente frágiles frente a los incidentes naturales. El planeta ha cambiado; nosotros también tendríamos que hacerlo o nos convertiremos en “clientes” cautivos de los desastres naturales que con toda seguridad aumentarán en intensidad y frecuencia.

En primera instancia es una tarea de las autoridades, y habrá que exigirles en consecuencia. Pero en última instancia es responsabilidad de la opinión pública. Es plausible la gran solidaridad de los mexicanos que se ha volcado en apoyo de los tabasqueños. Ojala hagamos lo necesario para que ni ellos, ni otros, vuelvan a pasar por este infierno que podría haberse evitado. Particularmente sabiendo que gran parte de esa tragedia habría sido ocasionada por la corrupción.

Blog del Sr. Jorge Zepeda Patterson

jueves, 1 de noviembre de 2007

Planeta Negro


Por Jorge Zepeda Patterson.

Las 1,900 casas destruidas por los incendios en California producirán más combustible ecológico entre la opinión pública y las autoridades que los 300 mil hogares desaparecidos por el huracán Katrina, hace dos años. Ambos desastres tienen que ver con el cambio climático, aunque hay una gran desproporción entre ambos fenómenos:
Los incendios en San Diego constituyen un corte en el dedo frente a la amputación de un brazo que representa Nueva Orleáns. Pero con una diferencia: el sur de California es el territorio con más millonarios por kilómetro cuadrado en el mundo; mientras que Luisiana es uno de los estados más pobres de la Unión Americana. La presión sobre Washington habrá de ser mucho mayor. Ojala.

La revista Nacional Geographic publicó en su edición de octubre un reportaje que ha conmovido a la opinión pública. El cambio climático es más acelerado de lo que se había considerado hasta ahora. En la mayor parte del hemisferio norte la temperatura promedio ha ascendido alrededor de 3 grados centígrados en los últimos 30 años, tres veces más de lo que hasta ahora se creía. En México el incremento promedio varía entre 1.5 y 2 grados. Lo peor no es el promedio sino las severas variaciones a lo largo del año. Las oleadas de calor son más intensas, pero también las heladas ocasionales. En conjunto están haciendo trizas el ecosistema bajo el cual los seres humanos han vivido durante miles de años.

Durante décadas creímos que la contaminación del aire y del agua sería la mayor represalia que el planeta nos asestaría en respuesta a nuestro descuido. Sin embargo, los científicos afirman que el Apocalipsis habrá de desencadenarse por una vía mucho más terrible: la ausencia de agua. El cambio climático sentenciará a los seres humanos a una lenta condena a la deshidratación. Hasta ahora la precipitación pluvial registra variaciones de entre 10 y 15 por ciento en los últimos treinta años, pero tales cambios parecerían haber sido distribuidos en el planeta de acuerdo a un patrón destinado a producir el mayor daño posible. Sequía en las zonas desérticas o secas, lluvia a raudales en las regiones húmedas.

El problema es que mayor cantidad de lluvia no necesariamente se traduce en mayor disponibilidad de agua. En muchos lugares sucede justamente lo contrario. En Europa del norte, por ejemplo, las lluvias invernales han aumentado sustituyendo a la caída de la nieve, lo cual ha colapsado el sistema de recolección de agua que Europa generó a lo largo de siglos. La nieve permite prolongados deshielos que alimentan durante meses los largos y anchos ríos que abastecen de agua a sus ciudades. Las lluvias inclementes de los últimos años simplemente provocan inundaciones calamitosas repentinas, pero desbordan los mecanismos diseñados para retener el agua para los períodos de sequía.

El principal causante de todo esto es la emisión de dióxido de carbono que el consumo de combustibles libera en la atmósfera y el efecto invernadero que provoca. Durante miles de años el ser humano vivió en una atmósfera con 280 partes de CO2. Eso cambió repentinamente en el siglo XX. Para 1950 se había alcanzado un nivel de 315 y hoy en día llega a 380. Los científicos estiman que una proporción de 450 sería la frontera límite, tras la cual el proceso sería irreversible; pasado ese punto gran parte de Greolandia y el Antártico se deshelarían y muchas de las ciudades del mundo desaparecerían por el ascenso del nivel del mar. Para entonces, de cualquier manera, sólo habría agua en algunas porciones del planeta.

No se trata de una escena de ciencia ficción. Estamos a 70 puntos de alcanzar esa mojonera de 450 partes de CO2 por millón. Cada año aumentamos dos partículas más, lo cual significa que dentro de 30 años el destino habrá de alcanzarnos. Probablemente antes, porque pese a los esfuerzos de Greenpeace o Al Gore, la generación de dióxido de carbono sigue aumentado, de tal forma que en una década podría pasar de dos a tres partículas por año.

Esto significa que la mayor parte de los lectores de estas líneas padecerán los estragos del cambio climático de una manera muchos más dramática que la simple inundación de las calles de su ciudad o el aumento de la cuenta eléctrica por el consumo de refrigeración y calefacción. Solíamos decir que había que cuidar el planeta en beneficio de nuestros hijos y las siguientes generaciones. En realidad tendríamos que hacerlo en beneficio de una vejez apacible. O peor aún, simplemente para poder llegar a viejos.

Los mayores responsables de que esto cambie están haciendo muy poco al respecto. Los intereses corporativos controlan a los líderes políticos que hoy tendrían que estar tomando medidas radicales para detener esa cuenta regresiva. Tendremos que padecer muchas inundaciones, incendios y huracanes de efectos descomunales antes de que las élites se decidan a introducir terapias de shock en nuestra desquiciada sociedad de consumo.

Mientras tanto, todos podemos hacer algo al respecto. Lo suficiente al menos, para no sentirnos cómplices de la tragedia por venir. Cinco recomendaciones al respecto: Primero, sustituir focos tradicionales por focos de luz fluorescente de baja energía; son más caros, pero duran 10 veces más y, sobre todo, consumen sólo la cuarta parte que los focos normales. Se estima que si cada hogar estadounidense cambiara un foco evitaría la emisión de CO2 equivalente a 800 mil autos en todo un año. Segundo, evite al máximo las bolsas de plástico y papel; use las propias de tela. Tercero, disminuya el tiempo en la regadera; un minuto menos representa 2 mil litros al año de ahorro de agua. Cuarto, atempere el termostato del aire acondicionado y el calentador. Quinto, incida políticamente para demandar proyectos de transporte público y mayor severidad en las exigencias de impacto ambiental. Parecen medidas menores, pero en conjunto pueden ser significativas. El mejor momento para haberlas tomado era hace 20 años. El segundo mejor momento es ahora.

**Publicado en Acapulco Gro en el periódico El Sur el 28 de octubre del 2007 y reproducido con autorización de su autor.

Blog Jorge Zepeda Patterson